Amores de busheta


Esta semana fue la peor! Y creo que nada lo va a cambiar, estoy esperando que los minutos pasen. Cada segundo pasa como caracolas buscando el mar. Ellas no paran, pero muy poco avanzan por más que lo intentan su andar es lento. Mi reloj marcaba las 00H35, tenía que esperar a que sean las 3H00, y los segundos se detenían a verme la cara de desesperación. Se burlaban del anhelo de llegar a ver a mi enamorado.

Después de haber recorrido con mi mirada a todos los personajes que se asomaban a la sala de espera y de contener mis ganas de vomitar por los olores nauseabundos que transpiraba uno que otro hippie que pasaba a mi alrededor. Los minutos me escupían en la cara, para recordarme que tenía que ir a vomitar por esos olores a protesta y a comunismos, de personas que piensan cambiar el mundo sin bañarse, pues es la mejor estrategia de matar al enemigo sin tener que gastar en armamento.
Al fin sentada en el autobús, abrí un libro de esos que en la primera línea te van adormitando como quien se toma una xanax, eran las 5h00 y el calor me despertó, para esta hora debería estar congelada como una paleta de hielo, pero ¡oh sorpresa!, el carro estaba detenido… Ni siquiera habíamos salido de la región costa y estábamos estacionados hasta que arreglaban unas llantas. Así llegó las 7 y recién entraba en el Cajas, el frío llego hasta mis huesos, pero quería que el aire congelara mi materia gris para no pensar en lo mal que me había ido esta semana.
A las 7H30 mi celular empieza a cantar a la melodía de “La hormiguita” de Juan Luis Guerra, era él y me llamaba a preguntar si ya había llegado, mi respuesta fue enseguida una negación optimista, que pronto, así sea más tarde de lo acordado estaré en sus brazos. Al cerrar el teléfono aquellas frases se quedaron latentes en mi cabeza como una gran mentira que me desnudaba la piel y reposaba en mi espalda con gran ahínco.

Cuando al fin asimilaba el dolor de mi espalda, ya estábamos a la entrada de la ciudad, me imaginaba como hubiera sido, si en todo el viaje cargara la maleta, tal vez con tanta demora me hubiera acercado a la cabina del chofer para degollarlo, al terminar la escena en mi cabeza el bus se detuvo, pero esta vez vi como el chofer y su ayudante salían disparados, como balas con objetivo de matar, claro que se llevaron sus 35 pasajeros muertos, pero muertos de ira y rabia por semejante irresponsabilidad. Su partida sólo duró 5 minutos para que los rumores aparezcan y nos cuenten los daños que tenía el bus.

Si mi imaginación tuvo algo de razón, tenía que agarrar mi maleta y bajar, pasaron más de 15 minutos y ni un taxi aparecía, tome un bus, pase el torniquete y una voz decía algo, pero el chofer me preguntó si tenía suelto y le dije que no, todos me vieron como un bicho raro y muy extrañados , pero nada me importaba porque enseguida me anonade en la mirada del chofer, con sus ojos verdes aceitunas y su piel color canela, sus cabellos caían como la noche cae al despistarse el sol, todo era tan extraño, tan deliciosamente bello. Pasar de ver un gordo mofletudo que huía para no dar cara a su negligencia, a ver un caballero precioso. Sí tan precioso como un gran guerrero romano, tan hermoso como describen a Adonis, era un rey Incaico, su extraña belleza robo mi corazón de una sola mirada.

Me senté atrás de él, las miradas cruzaban, mientras reunía 25 centavos que rodaban en mi billetera, mientras en cada parada veía como las personas antes de pasar el torniquete depositaba en una máquina el dinero. La cara se me cayó de vergüenza al ver mi ignorancia. Me imagine con él, conversando en la noche, mientras mi enamorado descansaba en su casa yo salía en busca de aquel chofer que en ese momento conducía mi vida. Al fin con una sonrisa coqueta estire mi mano para darle el dinero y él la suya y con ella apareció su anillo de matrimonio.
La cara se me desparramo al piso y con él mi alma, las ilusiones que había tejido con él. Si yo haciéndome ilusiones y él espiando por el retrovisor mi mirada y ofreciéndome una sonrisa, como cual pájaro libre de su nido. Pronunció la parada en que tenía que bajarme, una última mirada nos cruzamos, en ella se veía la tristeza de no poder conocernos.

Llegue a la recepción y mi enamorado me dio su llamada le dije donde estaba. Con un “ya voy, espérame” cerramos, si esas palabras retumbaban en mi oído, como quién sabía que quería ir a los brazos de aquel desconocido, mientras lo esperaba, no dejaba de pensar en la mirada de aquel hombre, de soñar con sus caricias, la puerta sonó y ahí estaba él, esperaba verlo pero simplemente estaba mi enamorado, me lance a sus brazos y lo único que recordé era que ¡que esta semana fue la peor!
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