Las mil y dos noches

Estábamos tan cansados de caminar por el desierto de las calles empolvadas de la ciudad. La sed de tranquilidad y paz se agotó en nuestra cantimplora. El camello cargaba con los besos y abrazos retraídos y jamás expresados. Las caravanas de sonrisas se perdieron de nuestra vista.

El tedio era el menú de cada día, lo servíamos en cada llamada y de postre me ofrecía un beso seco que se derretía con el calor de nuestras diferencias.

Nuestro cuento de las mil y una noches había llegado a su final. Esta vez no se salvo ninguna vida simplemente se petrifico el amor, con sus indolencias con su indiferencia hacía mí. Las paredes de nuestro cuarto limpio sólo predecían nuestra rutina. Una vida sin emociones se tallaba en la sala todos los fines de semana.

El final llegaba cada vez al final de cada noche pero lo evitábamos yo cubriéndome con el velo de la ironía, mientras él me adornaba el cuello con el brillo de su ausencia, cada fin de semana. El genio de la lámpara del velador se lamentaba de no poder hacer nada para remediar las heridas del desamor.

Había sido mi faraón pero de un momento a otro se convirtió en el chacal de mis pesadillas devorando cada noche mis entrañas, sin importarle, que le ofreciera un coctel de frutas y esencias que derramaba sobre mi piel para él.

Mi cuerpo no resistió aquel mal que había durado más de mil noches.
Así que la decisión final de terminar con su vida la tomé a la segunda noche del final del cuento. Lo enterré en una pirámide de papeles de divorcio, mientras yo me embarqué sobre mi alfombra mágica para volar y divertirme por la ruta del olvido.

Amor celestial

Estaban en el hotel más viejo de la ciudad, los años pintaba de mugre las paredes. Las almas de los viejos amores iban a recoger sus pasos, en cada destello de sudor que dejaron en aquellas habitaciones. Las sonrisas espantaban cualquier desamor o rencor que se pudieron albergar en los ventrículos de sus corazones y cantaron con el celular las pocas canciones que tenían en común…

Sus ojos le abrieron el cielo de la noche, sus manos lo llevaron a indagar en el espacio. Mientras él con sus suaves caricias exploraban los satélites de su pecho. El agujero negro del miedo los perseguía y huían felices de él, saltando entre los planetas, mientras le lanzaban meteoritos de frustraciones a su interior.

Eran Adán y Lilith del firmamento, de aquel universo paralelo en el cual eran felices y perfectos, donde sus cuerpos se acercaban sin pecados ni remordimientos… Convirtiendo cada beso en una manzana… El pasado se desvanecía con cada prenda que se sacaban…

Él le preparó una cama con el cuero de algunos ET que encontró, para no hundirse en los cráteres lunares. La piel se enfriaba de miedo, pero en medio de las piernas de ella se abría la vía láctea. Él sin miedo la arropó de su soledad con su piel por encima de su cuerpo. En ese momento la fricción formo una aurora boreal que se dejó ver por toda la habitación…

El oxigeno empezaba a faltarles, sus besos pasaban como estrellas fugaces, sus gemidos eran viejas leyendas que le contaron a la luna, sus almas volaban juntas a la velocidad de la luz para fundirse en el firmamento y terminar la noche en una lluvia de estrellas…