De caballeros a caballos


La tarde oscurecía en el norte de Guayaquil, bueno en toda la ciudad, eran las seis de la tarde, mientras yo esperaba fuera del aeropuerto el bus de la línea 132, para que me lleve a mi casa. Esperé una hora para que un bus medio vacío se dignara en llevarme. Subo al bus mis piernas temblaban como que caminara en una cuerda floja. El bus estaba lleno. Pagué mi pasaje, mientras lo hago observo por donde ubicarme, tengo que pasar pidiendo permiso a las mujeres que estaban de pie, mientras paso, recorro con mi mirada las ventanas y los ocupantes de aquellos puestos.
Todos los que iban al extremo eran hombres mirando hacia afuera del bus, mientras las mujeres con bolsos tenían que estar paradas. Por suerte, se bajó el ciudadano al que me había arrimado. Entre mi me dije ¡Gracias Dios por esta oportunidad!, mis piernas se tranquilizaron al sentarme. Mi compañero de asiento sacudía su cabeza dándose de de golpes contra le ventana, mientras dormía y entre mí cuestionaba la actitud de los hombres. Es verdad como mujer rogamos la independencia, que se respeten nuestros derechos y todo. Pero lo cortés no quita lo valiente, eso no quiere decir señores que nosotros no nos gusta que nos traten como una dama. A los 2 minutos de estar sentada se sube una mujer joven de piel morena. No me percato de ella la vuelvo a ver parada dos asientos adelante y me asusto porque estaba alado de un caballo, perdón de un caballero apuntándolo con su enorme barriga de embarazada. Me asusto y le sedo el puesto, las otras féminas envidiosas porque ella se sentaba, en sus caras se pintaba xenofobia, pero no me importaba, somos mujeres y debemos apoyarnos. El carro pegó un frenazo y el tipo dormido se despierta y ve que ya no estoy a su lado y ahora es otra dama, el se asusta se le coloreo aquellas mejillas pálidas en color carmesí y enseguida me rogó que me sentara. Una risa burlesca nació desde mis piernas temblorosas de cansancio y le dije que siga nomas que él estaba más cansado que yo.
Las risas se sonaron por todo el bus, mientras los hombres agachaban sus cabezas u otros miraban hacía la ventana era la única forma de “ignorar la situación”. En mi mente pasó que los caballeros se han extinguido y ahora sólo nos quedan los caballos y no precisamente un Centauro, de la mitología griega sino que lo único que queda de los príncipes azules es el caballo. A esto le agrego que no sé si la culpa la tenemos nosotras de convertir a los caballeros en caballos o simplemente que ya sólo hay maricones en el camino de esta vida y que sólo me quedo con imaginar que los caballeros no agarran autos sino que siguen a pie.

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