
En mis hojas grabo los vídeos de nuestra historia. Lloro clamo y gimo sobre ellos cada noche y me adormito en el dolor de la muerte. Trato de ver si me escuchas pero las paredes oscuras de mi habitación no dejan gritar a mi corazón. En las mañanas me levanto piso sin compasión a cada una de las hojas escritas, pero cada vocal pisoteada es como aquel ceviche ácido que hice una vez para ti.
Escribo y cuento cada noche para pagarte cada una de las caricias otorgadas y de repente una retumba en mi espalda, pero no estás tú y entonces termino cada cuento con un final triste. No puedo detenerme a describirte todo lo que pasa en mi mente; me conformo con verte en mis sueños y contarte pero a veces no termino porque la noche es corta para soñarte. Al despertar y escuchar a mi conciencia susurrar despacito todos tus besos, sólo me quedan las ganas de volverme acostar para llorar, pero mi orgullo calienta mis lágrimas y las evapora.
Es que me hizo vivir un cuento de hadas, donde el príncipe azul y el villano era él. Manda a mi peor enemigo, el silencio a que se acerque muy cauteloso a mi tímpano para gritar su nombre. Llega su nombre como un aullido de perro que anuncia la presencia de un espíritu y es la muerte que me acaricia las vertebras, burlándose de mi tormento. Me recuerda que no es la hora de mi muerte y que debo seguir sufriendo el tormento de su ausencia. La confronto, le grito, la amenazo, le vuelvo a rogar y le reclamo que se lleve mi alma y ella muy cínica me responde “yo llevo almas, no tormentos. De nada te sirve si igual en esta o en la otra vida morirás cada segundo que estés sin él”. Aunque no me gusté este tormento, pero me gusta molestarla con cada atento de autosuicidio que provoco, para terminar hablando de él. Mientras le adorno la frente de flores amarillas que se marchitan rápidamente.
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