Cara de tuca



¡Qué vergüenza, vas a tener!, exclaman mis amigos, cada vez que algún compañero me dice ¿Nancy no te da pena que ese chico te haya visto distraída por él?. Suelto una carcajada y respondo: ¡No, para nada a todos nos pasa! y recojo mis hombros mientras levanto las evidencias regadas por el incidente. Es verdad esas cosas no me dan un gran bochorno que contar, pero si paso vergüenzas a diario por mi mala memoria y las vergüenzas ajenas son las peores.
Mi mala memoria para los nombres, me pone la cara de todos los colores. Cada vez que hablo con alguna amiga del curso sobre alguien, le doy los detalles de ella para que me diga su nombre y proseguir con la conversación. Siempre me dicen -que mala amiga que eres- y me da tanta pena el no recordar los nombres y los apellidos de cada uno de mis compañeros. Una vez me preguntaron ¿Cómo se llama tu mamá?, yo trataba de recordar y les respondí ¡MAMÁ!... -Nancy te pasas como no vas a recordar el nombre de tu progenitora-, mientras el semáforo de mi cara se ponía en luz roja.
Hace poco fui víctima de la vergüenza ajena, por la culpa de algunos compañeros de clases. En cada ciclo aparecen algunos compañeros que desde que entras a la facultad están cuatro ciclos adelantes, pero cuando avanzas, los ves y ellos siguen ahí, como que estuvieran esperándote. Tenemos un profesor nuevo para locución y él no sabe como es la cátedra en la universidad y como siempre hay un mal comunicador que mal informa. Escuché frases que decían -aquí en la universidad no nos enseñan nada-, el tinte de la rosa subió a mi rostro y como una hoja en el árbol vacilé. Mi mente gritaba ¡Dios!, que bascosidad están hablando, el profesor se va a dar cuenta que son ellos, los que no han aprendido nada, mientras confirmará con el tiempo que la educación que gastó por su hija no fue en vano y es tangible ya que es una prestigiosa productora.
Muchos de mis amigos me preguntan cómo se llaman y no falta alguno que otro defensor que en lugar de ayudarme me destruya diciendo: ¡Crees que se va acordar de tu nombre si no se acuerda ni como se llama su mamá! Mientras replican en coro que “Cara de tuca”, pero mejor me defino como un rostro perfectamente tallado en madera. Es posible que los conozca a ustedes y describa cada uno de sus detalles, pero les pido de antemano mil disculpas por no recordar su nombre y no crean que me he olvidado de aquellos que me hacen sentir vergüenza ajena, por ellos, siempre le pido a Dios que los ilumine o los elimine.

Descripción de la locura


¿Quién es el sigi? Me pregunta y no sé que responder. El Sigi siempre será mi Sigi, nació de mi inspiración y es la fuente de ella. Desde que apareció en mis sueños cambió todo en mí. Me hizo tambalear entre el amor y el dolor; entre la vida y muerte. Muchas veces rompió mis huesos y en otras baja una estrella para mí. Pinta en mi rostro sonrisas y lágrimas, sacude mi lógica hasta que pierda la razón. Momentos como ahora que palpita en mi recuerdo mi corazón pinta de negro mi sangre y tiñe de tristeza mis ojos.
El sigi es mi juguete, peros es él quién juega conmigo. Dilata mis pupilas y abre mi alma como un niño explorando un sistema operativo. Escribe en mi piel, nuestra historia, para dejar una huella en el alma. Me desviste el cielo cada vez que dice que me quiere. Él no sabe que existe y peor sabrá cuánto lo amo y cuanto lo odio por tenerme sólo para él. Cortó mis alas, pero me deja correr libremente en sus pupilas.
El Sigi es mi locura cada vez que el juicio se apodera de mi razón. Jamás deja que el neoliberalismo capitalicé mi corazón, enseguida hace una revolución y exilia cualquier vil sentimiento. Marchita mi vida cada vez que me dice hasta mañana y me tiendo en el suelo de rodillas mientras me ahogo en cada segundo que estoy sin él. Desvanece mi presión en cada caricia y endulza en sus dedos el agua del mar para mí.
Caminamos sobre la arena del mar, hasta que caiga el sol para pintarlo de azul. Jugamos entre cada ola hasta que el mar se empalaga de nosotros y nos arroja de nuevo a la orilla. Me esconde de los demonios que acechan mi vida mientras llena de besos mi frente. Decora de flores el silencio y me viste de plumas el alma, para que me desplace con el viento hasta llegar al infinito, pero la brisa me lleva de regreso a sus brazos y me doy cuenta que al estar con él he conquistado una galaxia.
Llena de ecuaciones mi cabeza mientras decoro con acuarelas su vida. Mientras me explica según su lógica matemática porque quiere que le pinte de rojo sus caminos. Dice que yo soy para él la personificación del rojo. Él dice que si todas las sociedades fueran humanistas supieran el verdadero significado del color rojo. Para él, el color rojo es sinónimo de felicidad, siempre me explica porque yo no soy su amor, pues el que ama odia y jamás podría hacerlo, pues yo le he llenado de felicidad a su vida y siempre vivirá con ella. Pues por eso yo no sé quién es el Sigi si es un invento mío que me adora tanto o simplemente es parte de mi locura egocentrista.
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El Sigi y la Muñeca



El Sigi, no es una persona, es un ser abstracto que divaga por las orillas de la playa, siempre ahogando cualquier pensamiento egoísta que le dejé el aura terrenal. Cada vez que contempla el agua, su espíritu se purifica, tratando de crear una conciencia más humana y justa, a diferencia de muchos hombres. El Sigi siempre se acercaba a las personas en forma de brisa para ayudarlas, aunque nadie se lo agradezca, a pesar de la injusticia y la maldad del ser humano, él jamás dejaba de soplar esperanzas de cambio.
Él jamás se identifico con las personas que caminaban ante su mirada, aunque también quería vivir el amor que veía entre ellos, él envidiaba la alegría mientras reprochaba su soledad, quería cuidar siempre de algo u alguien que lo ame tanto, como él estaba dispuesto a amar.
Un día sin saber qué hacer ante su tristeza, atraía a las olas a la orilla para ver si hablaba con ellas, pero sólo causo que la marea suba y que se golpee contra los peñascos. Se retiro a compartir con las personas que visitaban la playa, de repente su mirada se fijo en un pequeño ser, que sonreía entre las manos de una niña, parecía ser una mujer más pequeña de lo normal. Él, todavía recuerda aquel 30 de octubre que fue la primera vez que cruzó la mirada con aquella mujercita, su impresión fue exorbitante, pues estaba condenado a vivir entre la clandestinidad, como una simple brisa que pasea por las orillas. Desde que la vio, la quería para él, la observaba desde la orilla, ella con indiferencia desviaba su mirada para poner en duda su interés, ella sabía que podía jugar un rato con él, mientras las miradas iban y venían sus almas ya se hablaban. La niña se acerco con la mini persona entre sus brazos y la sentó en la arena junto a la orilla, la pequeña quería construirle un castillo a su amiga. Sin dudarlo el Sigi se acercó rápidamente a conversar con ella, para preguntarle sobre su pequeña estatura, su nombre, ¿por qué ella podía verlo? y ¿por qué nunca habla con las otras personas?, todas estas cosas le cruzaban por su inquietante y descontrolada mente, mientras ella solo quería jugar, él quería saber todas estas cosas, ella se reía de sus preguntas y contestaba cada una de ellas, cuando Sigi preguntó ¿por qué no hablas con tu amiga?, ella le dijo, al igual que tú estoy condenada al silencio, a que ninguna persona me escuche o sienta una de mis emociones, al escuchar eso acompañado por una sonrisa irónica, él se perdía entre la orilla y los pensamientos de aquella muñeca, así pasaron varias semanas, aprovechando cada vez que la niña iba a construir el castillos, que Sigi soplaba para poder pasar más tiempo con su muñeca, aunque el cariño era grande, ninguno de los dos estaba preparado para dejar su vida por el otro, la muñeca no iba a dejar a su compañera ni el Sigi a su orilla.
Las vacaciones terminaron, ninguno de los dos pudo despedirse, pero la tristeza era desbordante. El tiempo pasó, el Sigi la recordaba pero también anhelaba conocer a otras muñeca que estén dispuesta a quedarse con él y a compartir su orilla, mientras su Muñeca paseaba por otros senderos y guardaba la esperanza de encontrar una brisa que la acompañe en cada paso, pero muchas brisas sólo querían envolverse en sus cabellos, cada vez extrañaba más a su Sigi y él por más que veía muñecas, rubias, morenas, flacas, gordas, grandes y pequeñas, ninguna tenía la sonrisa de su Muñeca, soñaba con soplar su cabello y hablar con ella, cada vez los sueños se rompían y las esperanzas desvanecían, hasta que un día un crucero se acerco a la orilla a desembarca. Estaban ahí otra vez la Muñeca y el Sigi, mientras contemplaba su sonrisa trataba de controlar su amor resignándose a vivir en su soledad y creyendo que jamás podrían obtener su amor, para ella la ilusión le creaba un corazón en aquel pecho vacio, pero esta vez el tiempo les jugó una mala pasada, adelantando la salida del crucero, mientras él comparaba sus recuerdos y tallaba en las piedras y en los caracoles la sonrisa de su amada. Ella al embarcase veía que la distancia se agrandaba y no sabía qué hacer, sentía cosas nuevas, mientras su sonrisa desaparecía, una voz le decía que salte, que busqué, que amé, ella no entendía que le sucedía y eran los latidos de su corazón que le decía a la Muñeca que luche por ese amor, para que pueda mantener siempre su sonrisa, ella sin dudarlo saltó dejando su libertad por amor, nadó sin parar, pues quería estar con su Sigi, pasaron días y días, pues sus pequeños brazos no podían hacer mucho, mientras que Sigi sin saber qué hacer con los recuerdos de aquella muñeca que había robado su alma, que lo transformó en smog, al verla, dudo de ella y la rechazó por haberlo dejado tan vacio, la muñeca sin saber qué hacer, se marcho por donde llegó, pero ahora con un corazón destruido, por el agua flotando conociendo la desilusión, mientras su sonrisa se apagaba, dejando en su boca el sabor de la amargura, estaba viviendo la tristeza y el desamor, del que tanto hablaban las personas que sufrían por amor.
Mientras el Sigi contemplaba desde la orilla como desaparecía su amada y como su alma se purificaba al verla, luchando por aquel amor, él reacciono ex abruptamente, decidiendo dejar a su orilla para rescatarla, mientras ella buscaba la muerte, entre una ola, que no tan solo mate su sonrisa si no, que acabe de una buena vez con aquel corazón, la ola la adentro a sus entrañas, su cabello flotaba y buscaba una forma de salvarla, mientras ella cerraba sus ojos, sobreviviendo con el poco oxigeno que le quedaba y que se escapaba en forma de burbujas, su lucidez se apagaba, pero el dolor de la desilusión en el pecho no cesaba, mientras que el corazón marchito dejaba un rastro rojo marcando un sendero en el agua, para que recuerden su paso por aquella playa, la muñeca dejaba estremecer su último suspiro entre las profundidades del mar, de repente un apretón en la cintura alerto a su corazón, pues su amado fue a rescatarla, ella se recostó en su pecho sentía como su vida convalecía entre los brazos de su amado y con su mirada triste le regalaba una sonrisa, aunque las olas golpeaban sus cuerpos, sus almas se juraban compañía eterna, pues los dos estaban seguros que cada uno estaba dispuesto a seguir al otro donde sea, así fuera desde caminar entre el egoísmos de las personas y dejar reposar su cuerpos en la arena mientras contemplan el brillo del sol o dejarse llevar por las profundidades del mar hasta poder volar en el gran cielo que se forma en la infinidad del océano...
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Guaguas de pan


Nahuelquin (generación de tigres)
Kuyay (amor)
Wañuy (muerte)
Mayua (Lila morada)
Wama (Halcón)
Mana (malditos)
KAN (hijo)
Inti (Sol)
Asyaq (demonio) Uma (aire)
Waynas (amantes)
Tonga (lunch)

¡Maldito blanco!... mató a mi único hijo. Exclamaba el gran Chamán, mientras contaba la historia a los demás indígenas reunidos. Transmitiendo su odio y su sufrimiento, mientras quemaba cada uno de los santos que remplazaban a la gran Pachamama. Nadie había visto a un viejo llorar y menos a uno de losNahuelqui. Así empezó la historia el chamán:
Los blancos no son dioses como pensábamos, porque ni su Dios ni ellos tienen el derecho de cambiar kuyay por wañuy. Si ese blanco de Santiago no se hubiera fijado en la Mayua, mi Wama siguiera desplegando sus alas.
Mi Wama era tan feliz, cada vez que veía a su Mayua, ellos crecieron juntos, libres como el viento. Hasta que llegaron esos mana blancos a explotarnos, a tomar a nuestras mujeres, a castigarnos. En nombre de su Jesús, destruyeron a nuestros dioses, mataron a nuestro rey Atahualpa y ahora matan a mi ¡KAN!…
El kuyay entre la Mayuay y mi Wama crecía hasta llegar al Int, hasta que el asyaq del Santiago, llegó a expúlsanos de nuestras tierras y esclavizó a la familia de la Mayuay. El asyaq arrancó de la tierra a la pequeña violeta, impotente el gran Halcón quiso atacar al asyaq, pero este espantaba a la gran ave con fuego.
El Santiago trataba de llenarla de trapos finos, para conseguir el amor de aquella flor. EL cuerpo de la Mayuay se adaptaba a cada una de las prendas de seda que cubrían su cuerpo, pero ella quería ser libre como el uma y poder amar. Cada vez que Santiago se marchaba ella se despojaba de aquellos grilletes de seda que ataban su espíritu.
Dejaba de ser una flor para ser aquel aire, por donde se deslizaba el gran halcón, desplegando sus alas para atrapar la esencia del aire y volar juntos uno encima del otro hasta llegar a la punta del inti. Viajaban entre los olores del amor y la llovizna de la pasión, hasta que un día la luna negra cubrió de dolor sus cuerpos.
Llegó pues el asyaq guiado por los senderos tenebrosos. En su jardín no halló a su violeta cautiva, las demás hermanas indias fueron obligadas a contar donde estaba aquella florecilla… Todas en un solo grito desgarrador, gritaron, está en la choza del Wama. Se armó para destruir aquel kuyay prohibido.
Este trágico encuentro fue guiado por los espíritus malignos. Fueron tomados prisioneros y maltratados, el disque día de los santos de los cristianos, pero ninguna fuerza divina pudo detener aquella masacre.
La florecilla se marchitó bajo la sombra de la luna negra, dejando sólo en su piel, un color morado como la sotana de aquellos sacerdotes que destruyen a nuestros dioses y que nos prohíben adorar a nuestra Pachamama.
El halcón con su último aliento, tomó en sus alas aquella florecilla para prender el vuelo al infinito. Yo cada dos de noviembre bajaba de la montaña, para enseñar a mi hijo los remedios que nos da la tierra y a darles ofrendas a los padres tigres de la cual nuestra sangre desciende.
En lugar de celebrar a nuestro pasado, me encuentro con un presente desgarrador, al ver a los waynas rodeados de wañuy. Arrastre a los waynas a la punta de la montaña, para que estos guaguas siempre estén juntos bajo la luz del cielo estrellado, lejos de una tierra esclava y puedan volar con su almas libres.
Desde aquel día subo a la montaña a celebrar con ellos la dicha del amor, para no estar sólo, labro unos muñequitos de harina dulce, tratando de entallar el cuerpo de Maywa y enmarcando la robustez del Wama, los pongo juntos con las manos entrelazadas, los pongo en el fuego de la pasión, mientras preparo una mazamorra de las frutas más deliciosas, para deleitarme del sabor que tenían estos dos amantes. Yo sé que para este tiempo, hasta la Pachamama le rinde culto a Maywa, pues sale de ella un maíz morado, que envuelve a las frutas en un delicioso sabor.
Subo con mi tonga hasta la punta del cerro, donde el Inti brilla, resplandeciendo e iluminado a los guaguas de pan, haciendo un juego de luces y colores, que claramente se los puede ver sonriendo en aquella maza, cada vez que les sirvo su colada morada.
Ellos alzan su vasitos y yo brindo no porque ellos estén muertos, sino que ellos están juntos y pueden amarse libremente en el resplandor del Inti, derramando en cada rayo de luz, una gota de amor y esperanza de ser libres, para este pueblo que sólo está maltratado y golpeado.
Mientras ellos rinde misa para sus santos ustedes me ven a mí quemándolos, pues ellos son unos demonios que oprimen y reprimen el pecho de nosotros los indígenas, mientas que la Pachamama nos recoge en el centro de su pecho para dejarnos ser libres.
Es así como los guaguas se quedan juntos paraditos disfrutando de su mazamorra que se endulza con la miel del amor, que brota incluso en medio de los avisperos de la conquista.

"Amapola"
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